que aturdió la palabra para convertirla en poesía,
alimentando el día y la noche,
la vista perdida,
el corazón fibrilando por su compañía.
A ella,
quien de pronto encanto el alma como canto de chucao,
a la mujer que me hizo contemplar la belleza violenta,
suavizando la ternura olvidada.
Primor de atardeceres por mas de tres mil días,
he incontables sonrojos que solo la memoria sabe,
a ella,
un amor develado.